miércoles, 25 de julio de 2007

Antonio Sarelli




Nace en Mendoza, Argentina el 26 de agosto de 1936. Profesor de Pintura, egresado de la Academia Provincial de Bellas Artes de Mendoza, en el año 1960.
Lleva realizada más de cincuenta exposiciones individuales y más de doscientas colectivas en el país y el exterior.
Diecisiete importantes premios obtenidos hasta el año 1985, año en el que decide no participar más de estos eventos.
En 1995 recibe un reconocimiento artístico de la Legislatura de la Provincia de Mendoza.
Reconocimiento artístico en el año 1996 otorgado por la Presidencia de la Nación.
El Gobierno Argentino en 1997 adquiere la obra “ Símbolos de ofrenda” obsequiado a su Santidad Juan Pablo II, ubicada en el Museo Vaticano.
En el año 2000 participa de la VII Bienal Internacional de Arte Sacro, en el cual se le otorga Mención Especial.
Por invitación especial, participa representado al país, en la Exposición Universal
“ Fin de Milenio” realizada en Roma en el año 2000. Esta obra se encuentra en el Museo de la Asociación Internacional “Carita Política” Vaticano, Roma.
Obras suyas se encuentran en numerosas colecciones particulares y museos de distintos países del mundo.

Algunos Juicios Críticos sobre su Obra

Como Eduardo Baliari en 1975, W. Melgrarejo Muños en 1977, J. Llop S. en
1988 y Ramón Amposta, Barcelona en1988.

“ Sus pinturas nos hacen pensar en los florentinos pasados, tal vez por el arte moderno de los albores de nuestro siglo, recordando a Magritte, en una pintura luminosa, atrayente, con ese nimbo místico que nos cautiva. Una pintura en buena parte novedosa para nosotros. Con valores propios, muy atractiva, Con ese fondo de poesía de “Arte” que reclama Goethe”. Ramón Amposta, Barcelona 1988

“Su pintura es la que bien podría definirse como la de un observador alucinada de la realidad que alude, la construcción precisa para no someterse a la fijación estática de las formas e insuflarles en cambio, mediante la libertad de su inventiva al hálito que las convierte en un mensaje de color, esencialmente.” Eduardo Baliari 1975

Los óleos de Antonio Sarelli, están realizados en una técnica simple a través de lo cual logra, el artista, el comentario pictórico de los temas que impresionan su ánimo y que logia envolver en una atmósfera de vital trascendencia. Del mismo modo que espiritualiza sus personajes tratados con suavidad tonal.” W. Melgrarejo Muñoz 1977

Antonio Sarelli centro su producción en la figura, a lo que rodea de misterio e intimidad. Sus personajes parecen ausentarse de la realidad y proyectarse hacia la intimidad. También el paisaje, más resultante de sueños que de realidades es uno de los temas atrayentes. Paisajes que son como mundos paralelos y que A. Sarelli soluciona de manera elegante.” J. Llop S. 1988

martes, 24 de julio de 2007

lunes, 23 de julio de 2007

Juan Dragui Lucero

CUENTO: El hachador de altos limpios
por Juan Draghi Lucero

Campos de etnología y folklore. Arenales dormitando en la soledad y hoy conllevados al desvelo ante el paso del Hombre. Brisas errantes con imágenes redivivas de un doloroso pasado... Y una pasión aleteando en dolida inquietud.

La marcha de mi mula, acallada por el arenal, me traía el sueño; mas la empresa acometida y la figura del jinete que iba adelante, me enfrentaban a los vaivenes del tentado. Caí en la tentación de “ir y ver“ a los Altos Limpios después de oír, primero desganadamente y luego con desatado ardimiento, la corta y trunca relación de mi compadre. Alcanzó a decirme en voz baja y desviada: En los Altos Limpios mora el alma quejosa del Viento... No; es como si se hiciera manifiesta una voluntad descuartizada, o, tal vez, sea el aparecer de una fuerte sombra en sufrimiento...

Nunca me había hablado así mi compadre Azahuate. Con estas algaradas sobre lo misterioso despertó en mí la lumbre descaminadora que me llevaba. Ante mi creciente curiosidad ni quiso decirme más el cabrero llanista, ni hizo otra cosa que encerrarse en celado silencio para mi creciente porfía y tozudez.

Conozco ese silenciar caudaloso de los mestizos y criollos de los campos más apartados. Sospecho a dónde van y qué persiguen cuando se concentran en su cavilar arisco y hunden el sediento mirar en sospechada lejanía. “Siguen” una pasión que dentro del silencio bate campanas y centellea espadas. Ellos “ven y oyen” algo que solamente alcanzó a presentir, después de refinar mi espíritu occidentalizado en lo que me resta de aliento precolombino. Esto me desasosiega y me descentra al no poderme explicar a dónde quiero ir y de dónde ansío venir al allegarme a estas auras de la vecindad del trance.

Sigo al paso de mi mula... recuerdo que ayer caí sorpresivamente al rancho de mi compadre con la novedad que quería ir, en su compaña, a los Altos Limpios. Mudo se quedó el pobre y tanto él como su mujer, la buena de mi comadre, me hablaron con calma y remanso en el alma. Querían meterme en el entendimiento que yo era pasto del “tienta” ( así apellidan al tentador o demonio). Más yo, apelando a todos los recursos que debe lucir el bien centrado, expliqué con elegida calma y decires del conllevamiento que se trataba de una simple curiosidad y tanto y tanto porfié, que mi compadre se vió obligado a complacerme. Y el pobre, que me quiere y considera, se avino a emprender el viaje. Ya en marcha, los dos, yo veía que él iba venciendo duras resistencias en un tremendo pelear interior. Su luchar se hacía patente en su cara con violentas contracciones y en un continuo dar poderes y desmayos a sus miradas y ademanes. Hablando solo iba.

Y vamos y vamos. Se suceden los algarrobales y chañarales y otros torturados árboles indios. Nuestras sufridas mulas sostienen la marcha a lo largo de las soledades anegadas de arena. Siempre al naciente por sendas de cabras y animales cimarrones, en procuras de un lugar del que todos se alejan y apartan.

El sol de por la mañana es llevadero, más en llegando la hora de la siesta se vuelve trasminante. Al fin nos allanamos a buscar reparo a la sombra de un corpulento algarrobo. Nuestras mulas sufren sed y no apetecen los pastos resecos. Nosotros mascamos ramitas de amarga jarilla para olvidar el agua, de la que apenas nos queda un resto en la caramañola. Nos aplasta tanta soledad, tanto arenal quemado. Los ojos ardidos se entrecierran y se solazan al recuerdo del sueño reparador. Pasan con detención las horas de la tarde recalentada. Por fin se ladea el sol y, ya más sufrible su quemar, ensillamos nuestras mulas y proseguimos la marcha. Esto es la travesía.

Va mi compadre delante, siempre puntero en el camino, pero bien comprendo su silencio y su empaque. Sé que habla solo y que levanta duras palabras contra mi porfía incrédula. Sé que se sospecha en abierta disidencia con su religión y con impertinente actitud de sabihondo ante los misterios de la Vida. Sé que me sabe atrevido y audaz sondeador de cosas que para él están bien en los resguardos y que soy capaz, en mi descaro, de querer levantar el velo de lo escondido en las penumbras por disposición divina; y sé, por último que me sospecha “masón” y por tanto, según su creer, practicante de ritos prohibidos, condenados por la Iglesia y pasibles de tremendos castigos.

Pero yo no voy a ir en goce de inhabitual realidad. Cansado de dar clases de historia y geografía, voy en Geografía e Historia gustando de una acre verdad. Sé que estos campos, hoy en soledad, tuvieron su grávida pre y protohistoria y que esta geografía ostentó muy otra interpretación en el sentir de los hombres primitivos que aquí sentaron. Sé que la Etnología y Folklore registran documentos inhallables para investigadores de gabinete. Sé que entre las sinuosas divisiones de estas ciencias, alienta un espíritu de los campos que es comprendido y degustado más por el iletrado de mi compadre que por mí; pero, con todo, yo entresaco y me adhiero a esta entrevista “pasión “ antiquísima de resollantes aristas, al tiempo que recrimino la ceguedad de mis colegas, los profesores del ramo de la Universidad.

Luchando, vamos luchando, mi compadre delante y yo detrás por el mismo camino. Me allega a él mi audacia de autodidacto que me permitió sesgar muchas pruebas tan académicas como adocenadoras, y conseguir resguardar, en recónditos aljibes, mis reservas sobre sospechados caudales extracientíficos.

- Yo sé a dónde voy, compadre – le digo en mi monologar al mestizo Azahuate-. Yo voy tras un norte que no es el simplemente empírico de usted y de los suyos, ni la “seguridad científica” de mis colegas, los profesores. Hago pie en una Sospecha, amamantada en muchísimas sospechas, trasegadas de lecturas de entre líneas, de la oposición que he percibido entre Historia y Folklore, y, sobre todo, del sopesamiento de las soledades palabreras de estos campos “que han sido”, es decir, que anidaron Hombre en sus episodios cruciales.

Quería pardear la cayente tarde, una sabedora paz se retrataba en el despedirse de los pájaros cantores al anunciar la dulce muerte del día. Mi compadre detuvo su mula en lo alto de un ramblón y me señaló, emocionado, un lugar que sobresalía de los llanos.

- Allá se divisan los Altos Limpios. Usted dirá compadre, si seguimos o no.

- ¡ Apuremos el paso ! – le reclamé taloneando y animando a mi cabalgadura. Seguimos la marcha a paso sostenido. Ya en las vecindades del mentado sitio, se me represento la azarosa historia comarcana. Me dije:

- Por aquí pasaron Francisco de Villagra y sus 180 hombres destinados a la guerra de Arauco, por mayo de 1551, cuando descubrieron la región de Cuyo. Por estas vecindades debió andar el padre Juan Pastor, el documentado primer misionero de las lagunas de Huanacache, allá por 1612. Para acá vinieron a resguardarse durante el coloniaje los primeros troncos del resentido mestizaje lugareño. Por esta misma senda pudo haber pasado José Miguel Carrera y su gente antes de ser vencido en la Punta del Médano en 1821, y entregado a las autoridades que lo fusilaron y lo descuartizaron el la Plaza de Armas de Mendoza. Estas soledades se alborotaron y encresparon con el resonar de los cascos de la caballería de Juan Facundo Quiroga. Por estos mismos arenales anduvo en sus extrañas aventuras la huesuda y varonil, doña Martina de Chapanay. Estas arenas vieron al Chacho con sus huestes en marcha para la guerra criolla y por estos mismos campos galopó el gran caudillo luganero, el más célebre hoy en día, don José Santos Huallama...

- Ya vamos llegando – me interrumpió mi compadre.

Alejáronse los fantasmas de la historia comarcana y pareció la concreta realidad terrena. Frente a nosotros se alzaban unas barreras más altas que los médanos comunes. Estas alturas cortaban a los llanos en forma novedosa... Desmonté para allegarme a pie. ¡Los Altos Limpios! Ahora comprendía la razón de su nombre. Allí no crecía ni una hierbecita. Cesaba bruscamente toda vegetación a muchos pasos antes y las eminencias de arena se empinaban en una plataforma de yermo. Sí; mas al pie mismo de la más grande altura se levantaba, como relictus, un solitario y coposo chañar. Parecía un templo vegetal... A mi alrededor me atrajeron unos como cantaritos que parecían de barro cocido. Los examiné y me recordaron a trozos de caracolas, pero muy luego reparé que el piso de arena estaba sembrado de estos “restos”. ¿Quién pudo haber hecho tales laboreos y para qué?.

Caía el anochecer. Con angurriento apuro quise mirarlo todo para formarme un cuadro orgánico de aquello, mas en ese instante sentí la llegada de brisas arrastradas. Miré el suelo al reparar que algo serpenteaba y vi, asombrado, inquieto, que las arenas “caminaban” hacia arriba, y en la pulimentada superficie dibujaban vivas rayas torcidas, labradas por manejos intrusos. Me di en pensar que aquellas caracolas truncas las moldeaba el viento caviloso, artesano. Era un desgobernado viento maniobrero, discursivo, entretenido. Me agaché, desconfiando de mis ojos y de la avanzante oscuridad, y palpé el suelo y “sentí” que ese suelo se movía. Huían los granitos de arena en desgobernado rodar, uno por uno, procurando subir a los altos de la empinada barrera, como solicitados por el imán. - ¿Cómo puede suceder esto? – me preguntaba y cuando quise verificar en diversos sitios el movimiento y caminar de las arenas, noté que la oscuridad me descaminaba. Todo se envolvía en el oscuro poncho llanista. Acongojado, sediento de investigación y de sospechas, volví a tantear el suelo a mi lado. Me perecía entrever que invisibles dedos modelaban botijuelas y volutas pequeñas de un remoto palacio de barro cocido... En la noche el viento arrastrado enhebraba voces bajitas, susurrantes, lejanas. Se entreoía el rodar de lamentos perdidos...

La voz de mi compadre, austera y prevenciosa, dio su recto pensamiento. – Antes que se haga de noche cerrada vámonos a dormir al Balde de la Vaca.

- No compadre. Yo dormiré aquí mismo.

- ¡Miren la ocurrencia!. Pero no voy a dejarlo solo, compadre. Me allanaré a acompañarlo, aunque ¡no estoy conforme! -. Siguió a las medias hablas mientras desensillaba las mulas. Luego se apartó con los dos animales y los largó maneados para que pastaran en la vecindad. Al rato volvió, siempre murmurando y con una leñitas. De mala gana, hizo fuego, puso una tira de asado al calor de las llamas, echó la última agüita que nos restaba a la tetera y la arrimó al fuego. Muy en silencio comimos un bocado y tomamos un matecito. Tendimos los recados a la mortecina lumbre del fueguito y nos acostamos sobre los pellones. Observé que mi compadre rezaba mucho, con entregada devoción y se encomendaba a su Angel de la Guarda. Yo me tapé hasta la cabeza con mi poncho y solicité el sueño con miras de levantarme tempranito a seguir con mi porfía investigadora.

El desvelo con su carga de punumbrosas imágenes me zarandeó en su vaivén de penas. Comencé a sentir oleadas de miedo y arrepentimiento. Fui sopesando las resistencias y prevenciones de mi compadre Azahuate... Sopesaba su actitud. ¿Qué temía mi compadre? ¿Qué reservas encerraba esa tozuda resistencia a venir a este lugar? ¿Por qué bajaba la voz y esquivaba hablar de los Altos Limpios? ¿Qué era aquello que quiso decirme y lo calló, arrepentido? La soledad llanista, el lastimante aullar de los silencios me acosquillaban a puntazos hasta desembocar en el tembladeral de las inquietudes... Desde muy adentro me lamía un preguntar asaltante, inacallable, ganchudo, arañador. Con encrespadas rebeldías se levantaban mil sospechas acechantes. Retenidas coces pugnaban por levantar gritos como si los devaneos del viento y los alentares del lugar despertaran a alguien que dormitaba en mí. En los lindes del terror sofrenado, atiné a refugiarme mentalmente al lado de mi buen compadre. Pedí su cristiana ayuda a través del lazo que me unía a él y así fui gustando de alguna tranquilidad. Pedí el sueño, el soñar manso...

Tal vez dormí hasta medianoche. De pronto me sentí remecido por el forcejar intruso. Me sorprendí a mi mismo sentado en los pellones del recado hecho cama. ¿Estaba bien despierto? Hice esfuerzos por atesorar mi cabal conciencia. Sí... Ahora sí estaba con mis ojos y oídos alertas y me llegaban claramente los retumbos de un hacha... Hachaban en tronco de un árbol, ahí, a pocos pasos. Conseguí gritarme en voz acallada que estaba bien despierto y hasta logré orientarme. Inquirí hacia el chañar solitario y pude distinguirlo como saliéndose de la noche en un resplandor blanquecino y, a su lado, hachando su tronco, a un hachador. Miré con todas mis fuerzas a los mantos engañosos; penetré con el filo de mi refinado mirar a las negruras y conseguí ver de lleno al hachador de la noche... Era un mocetón alto, fornido, moreno. Calzaba ojotas, vestía chiripá; sin camisa, mostraba el torso brilloso de sudor. ¿Y la cara? Una huicha le ceñía la frente y le sujetaba la abundosa melena. Lo remiré buscándole los ojos, pero el hombre del hacha trabajaba afanosamente con la cara en sombras, como esquivándola. Volví a inquirir con mi sediento escudriñar y caí a la sospecha ¡qué el hachador no tenía ojos! Una espesa negrura le caía bajo las cejas. De vuelta a los remecidos miedos, llegué al acuerdo que el mocetón hachador tenía las cuencas vacías. ¡Mi compadre me lo dijo! Era “una fuerte sombra en sufrimiento”. Sí, ahora de frente al penante de los Altos Limpios yo debía, en los lindes de la locura, dar una lección de mi saber “extracientífico”... Sí, el hachador revivía un quehacer simbólico anudado entre el folklore y la historia. El hachador luchaba y su hacha era la suma de todas las armas de la guerra nativa y el tronco del árbol herido, la inmensa llaga de todos los encuentros sufridos por la carne de un pueblo mal llevado.

Comprender el mensaje de ese penar... Y desfilaron los caudillos de los llanos otrora. Pasaron con furia las caballerías en el trance terrible de la carga. Ver el choque de los mil hachazos y entreoír los lloros de Catuna y de otros mocetones ensangrentados y en derrota.

Un mirar más y comprender, con las lágrimas del alma, que el hachador sin ojos era la suma del dolor al revivir los tiranos y caudillos que hacharon el árbol de la patria...

Armando Tejada Gomez



Hay un niño en la calle

A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle.

Le digo amor, me digo, recuerdo que yo andaba
con las primeras luces de mi sangre, vendiendo
un oscura vergüenza, la historia, el tiempo,
diarios,
porque es cuando recuerdo también las presidencias,
urgentes abogados, conservadores, asco,
cuando subo a la vida juntando la inocencia,
mi niñez triturada por escasos centavos,
por la cantidad mínima de pagar la estadía
como un vagón de carga
y saber que a esta hora mi madre está esperando,
quiero decir, la madre del niño innumerable
que sale y nos pregunta con su rostro de madre:
qué han hecho de la vida,
dónde pondré la sangre,
qué haré con mi semilla si hay un niño en la calle.

Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
de otro modo es absurdo
porque de nada vale si hay un niño en la calle.

Dónde andarán los niños que venian conmigo
ganándose la vida por los cuatro costados,
porque en este camino de lo hostíl ferozmente

cayó el Toto de frente con su poquita sangre,
con sus ropas de fé, su dolor a pedazos
y ahora necesito saber cuáles sonríen
mi canción necesita saber si se han salvado,
porque sino es inutil mi juventud de música
y ha de dolerme mucho la primavera este año.

Importan dos maneras de concebir el mundo,
Una, salvarse solo,
arrojar ciegamente los demás de la balsa
y la otra,
un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último náufrago,
no dormir esta noche si hay un niño en la calle.

Exactamente ahora, si llueve en las ciudades,
si desciende la niebla como un sapo del aire
y el viento no es ninguna canción en las ventanas,
no debe andar el mundo con el amor descalzo
enarbolando un diario como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho con un ala cansada,
no debe andar la vida, recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos son dos fardos inútiles
y el corazón, apenas una mala palabra.

Cuando uno anda en los pueblos del país
o va en trenes por su geografía de silencio,
la patria
sale a mirar al hombre con los niños desnudos
y a preguntar qué fecha corresponde a su hambre
que historia les concierne, qué lugar en el mapa,
porque uno Norte adentro y Sur adentro encuentra

la espalda escandalosa de las grandes ciudades
nutriéndose de trigo, vides, cañaverales
donde el azúcar sube como un junco en el aire,
uno encuentra la gente, los jornales escasos,
una sorda tarea de madres con horarios
y padres silenciosos molidos en la fábricas,
hay días que uno andando de madrugada encuentra
la intemperie dormida con un niño en los brazos.

Y uno recuerda nombres, anécdotas, señores
que en París han bebido
por la antigua belleza de Dios, sobre la balsa
en donde han sorprendido la soledad de frente
y la índole triste del hombre solitario,
en tanto, sus señoras, tienen angustia y cambian
de amantes esta noche, de médico esta tarde,
porque el tedio que llevan ya no cabe en el mundo
y ellos son los accionistas de los niños descalzos.

Ellos han olvidado
que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños
que viven en la calle
y multitud de niños
que crecen en la calle.

A esta hora, exactamente,
hay un niño creciendo.

Yo lo veo apretando su corazón pequeño,
mirándonos a todos con sus ojos de fábula,
viene, sube hacia el hombre acumulando cosas,
un relámpago trunco le cruza la mirada,
porque nadie proteje esa vida que crece
y el amor se ha perdido
como un niño en la calle...

Armando Tejada Gómez
Poeta fundamental Argentino
www.tejadagomez.com.ar

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